jueves, 18 de marzo de 2010

Un final sin principio no es un final

Se acabó. El odio me royó la razón,
con mi época estoy comprometido.
Y el amor se fue volando por el balcón
adonde no tuviera enemigos.

Y ahora estoy en guerra contra mi alrededor.
No me hace falta ningún motivo;
y es que soy maestro de la contradicción
y experto de romper lo prohibido.

(Extremoduro-Segundo movimiento: lo de fuera)




Los inviernos aquí son calurosamente fríos. Los árboles deshojan a tientas una verdad que se esconde en los retazos del corazón de las palabras. Las alfombras no son más que un simple lugar para esconder la pobreza de un mundo que se desvanece en continuo movimiento de rotación. Las noches son momentos perfectos para soñar ; para abrir caminos con las manos y cerrarlos con los codos; para iluminar nuestras pesadillas con despojos de daños evidentes. Los sentidos no se buscan, juegan al despiste para evitar los rojos atardeceres del vino de la soledad que -inevitablemente- nos acompaña. Leer poemas se ha convertido en un juego de niños bastante serio en el que nadie cuenta hasta diez, nadie busca desesperadamente un lugar donde esperar a que lo encuentren. Sólo buscan palabras que les arropen con sangre. Hoy no es ayer y, progresivamente, se irá convirtiendo en mañana. Mañana es una fotocopia de ayer. Los puntos finales de los libros se escriben con dolor y con pena. Los puntos suspensivos aguardan pacientemente la llegada de su intervención. El agua es transparente como la fría pupila del viento helado. Las sonrisas son bonitas cuando no son nuestras y las miradas son cómplices del poder de las flores. La piel es marcada a fuego desde que se nace (mi marca dice: no estoy de acuerdo y alguna otra cosa más que no voy a poner para no alargarme). El caos en el que se sumergen los pensamientos es duro pero necesario. El abismo está aquí mismo, a la vuelta de una esquina que giramos con decisión. El final empieza donde termina el principio.

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