lunes, 31 de mayo de 2010

Interrogantes.Volumen V




¿Dónde se fueron las viejas promesas aún incumplidas? ¿Por qué esquivar a alguien cuando te hace daño? ¿Y si la vida se redujera a un pastel de lima aderezado con pentotal sódico? ¿Me saldrá bien la estrategia? ¿Por qué la saliva de los demás es más sabrosa que la propia? ¿Para qué contar los kilómetros recorridos? ¿Para qué el sexo con amor? ¿Y si la felicidad es una utopía? ¿Y si toda experiencia me resulta superflua? ¿Y si no me gusta que me busquen entre la muchedumbre? ¿Y si este mundo me parece decadente? ¿Afán de superación? ¿Qué pasa si le fallo a alguien? ¿Qué diferencias hay entre un zurdo y un diestro, aparte de las evidentes? ¿Por qué esta necesidad de preguntarse por todo? ¿Por qué a mí y no a otro con muchos menos defectos? ¿Por qué rojo y no azul celeste? ¿Por qué no felicitarnos por cada día cumplido sobre este sucio suelo? ¿Por qué las nubes están, a medida que avanza el tiempo, más cercanas? ¿Para qué un final trágico? ¿Dónde colocaremos ese "y vivieron felices y comieron...buitres leonados"? ¿Al principio de una película de terror? ¿Al final del Show de Truman? ¿A qué distancia están las palabras que no escribimos? ¿El calor tiñe las sábanas? ¿Por qué un tango y no un reggae? ¿Es perceptible el umbral que separa la realidad de la ficción? ¿Cuándo encontraré el poema perfecto? ¿Lo habré encontrado ya? ¿Cómo se verá la vida desde otro cuerpo? ¿Dónde se compra el talento? ¿Para qué perseguir al amor? ¿Será verdad eso de que la página en blanco produce verdadera angustia? ¿Las despedidas son tan tristes como las pintamos? ¿Son necesarias? ¿Escupimos? ¿Dudaré eternamente entre la izquierda y la derecha? ¿Seré de lágrima fácil? ¿Y si la vida es algo que hay que morder? ¿Por qué una Harley y no un purasangre? ¿Qué ocurre cuando intentamos escribir con la mano con la que no estamos acostumbrados? ¿Habrá una lección psicológica detrás de eso? ¿Estás seguro de lo que sientes? ¿No prefieres callar? ¿El silencio hace que los necios parezcan sabios durante un segundo? ¿Me callo? ¿Continúo? ¿Despierto y decido?

domingo, 30 de mayo de 2010

Duelos (¿o duetos?) con la oscuridad. Volumen III

(Antes de nada, he de decir que duermo con la persiana abierta. Si no, no tiene sentido)

Recostada en penumbra, las sombras menguan; cambian de sentido, de dirección y, si me despisto, de lugar. Cierro los ojos aterrorizada y me refugio entre las sábanas, aún frías. No consigo tranquilizarme. Saco la cabeza de entre las sábanas y vuelvo a abrir los ojos, pero siguen ahí. Busco ahora refugio en el reproductor de música. Me levanto de forma súbita de la cama, trato de dirigir mi mirada únicamente al lugar en el que se encuentran los CD´s (tristemente extinguidos) y escojo uno casi al azar: sólo quiero tranquilizarme. Regreso a la cama con la espalda vencida por las derrotas del día, levanto sábanas y edredón y vuelvo a introducirme en ella. Suspiro profundamente. Coloco el reproductor sobre mi vientre y, a medida que la voz y las notas avanzan, noto cómo el CD va dando vueltas acompasado. Podría haber elegido la comodidad del MP4 y haber dejado que el azar del modo aleatorio me deleitase. Pero no. Las sombras, por ahora, han desaparecido y la música entra y sale de mi cabeza como el que dobla la esquina de la calle en la que hay una reyerta. Las catorce canciones tocan su fin. Vuelta a lo mismo. No puedo más. Enciendo la luz con el miedo penetrando en el pecho y elijo un libro de entre los cinco que descansan sobre la mesilla. Lo abro. Intento focalizar toda mi atención en esas palabras. Mi mirada se nubla y se me hace imposible enterarme de algo. Cierro el libro dejando el marcapáginas en el mismo lugar en el que estaba antes de cogerlo. Doy cuatro paseos por mi habitación de paredes azules, como la vida. Vuelvo a apagar la luz y a acostarme. Me repito una y otra vez que el truco está en no mirar el reloj. Trato de dormir y desespero. Doy una y mil vueltas sobre el colchón, mucho más frío cuando no hay cómplice. Mucho más cálido cuando ese cómplice eres tú mismo y tu propio calor corporal que tiñe las sábanas. "Maldito Bryce", susurro con una voz casi imperceptible gracias al ruido emitido por los escasos coches que circulan -veloces- a esas horas por la autopista. "Al final va a ser cierto eso de que el sueño es, al fin, un tibio ensayo de la muerte y de que es, también, la muerte agazapada. Que uno no quiere morir de forma tan indigna en esa cama anónima a la que hemos llegado tan ciegamente cansados", sigo susurrándome. Vuelvo a sentarme en el seno de mi inquietud y del colchón ,y dirijo mi mirada hacia la ventana, a través de la cual se puede apreciar cómo el sol emerge -puntual- del horizonte. "Yo no he muerto, al menos por esta noche" y esbozo una sonrisa que permanecerá en mi rostro hasta que llegue la próxima noche y comience otro combate de igual o mayor magnitud. "Yo no he muerto, al menos por esta noche". Y esbozo una sonrisa.

sábado, 29 de mayo de 2010

A veces gloria, a veces no

Supongo que las vidas, como todos los caminos, se bifurcan. Que cada vida no es más que una historia de heroísmo callado. Supongo que esto es un adiós que no maquilla un hasta luego. Que las despedidas son siempre tristes. Supongo que nuestra historia no podrá contarla ni el mejor de los narradores del planeta, que podrías ser tú, que podría ser yo. Que nuestra historia fue -y es- sólo nuestra. Supongo que sabrás que no es la nostalgia la que está mordiendo mis venas, sino la razón. A veces gloria, a veces no. Supongo que los atardeceres, si son vistos desde tus azules ojos, son más hermosos. Que, a cada paso que damos, generamos nostalgia. Supongo que la vida se reduce a esto. Que me encantan tus sonrisas y esa cara de niño que pones en algunas ocasiones en las que las alegrías superan tus penas. Supongo que tú seguirás tu camino y yo seguiré el mío. Aunque quizá sea el equivocado. Que hay veredas que es mejor recorrer descalzo. Supongo que algún día nos encontraremos y podremos contar mil anécdotas que formarán parte del pasado. A veces gloria, a veces no. Que el futuro no es mucho más importante que el presente. Supongo que te tocará aprender de lo que veas e imagines. Que una mirada a tiempo es capaz de llenar las horas de mil noches. Supongo que lo que ahora toca es derramar bellas lágrimas bajo la lluvia. Que la mayor parte de nuestro cuerpo es agua. Supongo que toda experiencia es necesaria. Que los espejos no devuelven los besos que no hemos dado. Supongo que el tiempo es el mayor traidor. Que nadar entre ilusiones es para lo que fuimos engendrados. Supón, por un momento, que quiero que me hagas partícipe de todas tus alegrías, tus penas, tus desengaños, tus sonrisas, tus recuerdos, tus anhelos. Que quiero que cuentes conmigo, pero no hasta dos ni hasta tres, sino que cuentes conmigo. Supongo que, a cada paso que damos, caminamos amortajados hacia nuestro propio funeral. Supongo que esto es, precisamente, lo que no quieres escuchar. Supongo que esto es una triste despedida. A veces gloria, a veces no.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Sistemas nerviosos frágiles




Al fin y al cabo, tú eres un mísero punto más clavado en este estrecho mundo en el que nadie es capaz de mirarse otra cosa que no sea el ombligo (algunos sí, pero mejor me callo lo que se miran, no vaya a ser que se sientan ofendidos). Te has visto involucrada en cosas en las que no habrías pensado jamás, en cosas que no compartes. Has tomado tus decisiones y han venido a decirte que estás muy equivocada. Ahora te juzgan. Es lo fácil.

Te dicen cuatro cosas que parece que van simple y llanamente para hacer daño. Te dicen que finges un estado de ánimo bajo (por lo menos por dentro, porque desde fuera no se te nota nada de nada) para llamar la atención de los demás. En el mundo, tú eras una simple egocéntrica más. No eras una egocéntrica especial, sino una simple egocéntrica real.

No hay nada que te dé más rabia que el que te juzguen sin saber, sin conocerte. Y lo pasas mal porque, en el fondo, sabes que les pides demasiado. Nadie va a ser capaz de entender todo lo que te ocurre por dentro. Nadie va a ser capaz de mirarte y ver algo más que un cuerpo y unos ojos cansados. Nadie va a ser capaz de atisbar en ti un sentimiento poderoso, por mínimo que sea. Es lo que hay. No se le pueden pedir peras al olmo. No se le puede pedir a alguien que reconozca un sentimiento que no ha pasado (ni pasará) por su pecho.

Podrías gritar ahora mismo y quedarte más ancha que larga. O podrías soltar cuatro borderías e impertinencias de las tuyas y poner, al fin, los puntos sobre las cabezas de los que no muestran muchas luces. Pero prefieres callarte. Prefieres dejar que cada cual piense lo que le apetezca. Aunque sepas que están equivocados y que sus equivocaciones dañan tu moral y, lo que más te jode, tu orgullo.

Me callaré hasta que llegue el momento de estallar y diga las cuatro verdades que nadie quiere escuchar. Las diré a la cara, por supuesto. Lo de ir a las espaldas es propio de los sistemas nerviosos frágiles.

lunes, 24 de mayo de 2010

Óbito, trance, fin, defunción

Seguramente, si nos preguntan, a bote pronto, qué es lo que sabemos sobre la vida y qué es lo que sabemos sobre la muerte, diremos muchas más cosas y más suculentas sobre la muerte que sobre la vida. Si nos piden que digamos sinónimos de muerte, nos pondremos (porque la gilipollez no tiene límites) a enumerar diversos términos ,cual diccionario enciclopédico, que pretenden condensar el significado único y absoluto que tiene la muerte. Si nos piden que digamos sinónimos de vida, casi seguro que se forma un silencio incómodo por nuestra parte.

Es evidente que no se le pueden poner sinónimos a la muerte. Ella está ahí, agazapada, esperando su momento. Pero, a pesar de todo, es pura e irreductible. No hay sinónimos de la muerte porque estamos vivos. No se le pueden poner sinónimos a la muerte desde la vida. Tratar de hacerlo sería una incongruencia por nuestra parte.

Después, si nos piden que creemos en nuestra mente una imagen de la muerte, nos vendrá a la cabeza la típica del esqueleto enfundado en una larga túnica negra que sostiene una afilada guadaña en una de sus huesudas manos.

La muerte no tiene imagen, no tiene palabras, no tiene sinónimos. La muerte es, precisamente, la ausencia de imágenes, de palabras, de sinónimos. La ausencia de la vida, al fin.

La pregunta correcta no es si hay vida después de la muerte. La pregunta correcta es si hay vida antes de la muerte. Para responderla, necesitamos huir de los convencionalismos e intentar buscar un razonamiento que no caiga en lo patético.

Así pues, cojamos un diccionario y llenemos nuestra vida de palabras que se escriben con mayúsculas y que tienen un millón de sinónimos para introducir en nuestro amplio y, en determinadas ocasiones, culto vocabulario. Seguramente, nunca sentiremos un vacío existencial tan grande como en ese preciso instante.

domingo, 23 de mayo de 2010

Desfile de puntos suspensivos





Podemos coger una flor e intentar cambiar el mundo con sus tonalidades. Pintar cuatro realidades sobre un lienzo demasiado blanco para parecerse a nuestra vida, que es un río, que es la mar, que es el morir. Leer hasta altas horas de la madrugada un libro sobre cómo tratar el insomnio y que esas altas horas se conviertan en las más bajas de nuestra vida, que es un río, que es un mar. Embalsamar cuatro rutinarias tristezas con dos brillantes sonrisas, aunque sean insuficientes. Aunque sean insignificantes.

No podemos cambiar las realidades de este mundo desde nuestro escritorio, pero podemos hacer de las ficciones algo mucho más soportable. Podemos pasar de la realidad a la ficción en una décima de segundo, que es una eternidad en comparación con el azul del cielo en situaciones límite. Podemos realizar un viaje hacia el infinito sin desplazarnos un solo milímetro del lugar en que nos encontramos. Podemos empaparnos de la lluvia de nuestras ilusiones hasta hacer de ellas algo racional. Tan racional como para acariciar la irracionalidad con las puntas de nuestros pensamientos.

No podemos abarcarlo todo con nuestros dos brazos, pero podemos intentarlo con nuestros dos ojos (uno en Canarias). No podemos sentir impotencia cuando vemos que no somos capaces de coger todos los libros del mundo y leerlos a la vez. Aunque esto haga que nos demos cuenta de lo pequeños que somos en comparación con las líneas de nuestras manos. O con las líneas de nuestros parpadeos. O con las líneas de los propios libros.

Podemos cantar hasta rozar la afonía y bailar hasta rozar el olvido. Podemos fijarnos en cuatro detalles y hacer que se conviertan en otros ocho carentes de sentido. Podemos decir que nuestra vida es un desfile de puntos suspensivos. Todo esto podemos hacerlo hasta que llega el punto final y el desfile de puntos suspensivos se convierte en un desfile de recuerdos en pañales.

jueves, 20 de mayo de 2010

En noches como esta




Nos besábamos todas las noches bajo el cielo infinito. A veces ella también me quiso como yo la quería. Cuando no estaba con ella, escribía los versos más tristes durante la noche, mientras los cuerpos de los demás se hallaban recostados sobre el colchón que las estrellas formaban y los sueños eran despojos de inteligencia reprimida.

Era pensar en ella y el verso caía al alma como al pasto el rocío. Las palabras tiritaban como lo hacían los azules astros a lo lejos, en la oscura noche, y las promesas de calor se cumplían con un simple movimiento entre las sábanas de nuestras pasiones.

Le desabrochaba la camisa cuando el tiempo se posaba sobre sus párpados y su rostro mostraba el fragor de la batalla perdida. Mordisqueaba sus labios como cuando era niño y corría entre tiernas praderas de incertidumbre. Bebía directamente de sus senos, tan claros como su cuerpo y tan infinitos como sus grandes ojos fijos. Me perdía en su cuerpo y me encontraba en el borde de su sabrosa boca. Le besaba tantas veces cada noche, que logré trepar como una enredadera hasta el más absurdo rincón de su imperceptible corazón.

Después, se iba; me hacía pensar que nunca la había estrechado entre mis brazos y sentía que la había perdido. Mi persistente corazón la busca todos los días en alguna de las cuatro esquinas que habitan en mi cama, pero ella no está conmigo. La he perdido, pero no estoy arrepentido. O quizá sí.

Ya no la quiero, es cierto, pero la quise tanto en estrelladas noches como esta, que mi amor blanqueaba los mismos árboles que la misma noche blanqueaba. Su voz, su cuerpo y sus ojos serán de otro. Ya no merece la pena luchar, aunque busque el viento para acariciar su oído.

La tuve entre mis brazos en noches como esta y le escribo esto aunque este sea el último dolor que ella me causa, y sean estos los últimos versos que yo le escribo.

Ahora me acuesto sobre el frío colchón, oigo a la noche sonando a mi alrededor y siento que es inmensa, mucho más inmensa sin ella. No merece la pena pensarlo, porque, al fin y al cabo, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


(No es por romper la magia y esas cosas, pero es la entrada número 69)

martes, 18 de mayo de 2010

¿Cerveza o Coca-Cola?





Muchos actores trabajan en el anonimato sin saber lo que es el éxito. Pero si perfeccionas tus habilidades y trabajas bien, puedes encontrar el papel de tu vida.

(4º capítulo de la 3ª temporada de Dexter)



Porque hoy has tomado la decisión más difícil de tu vida. Porque, aunque no lo parezca, es una decisión inteligente por tu parte. Porque una decisión difícil, para alguien que está acostumbrado a tomar decisiones tan complejas como la de elegir entre cerveza y Coca-Cola, es muy dolorosa. Porque has hecho el gilipollas y ahora te toca comértela doblada. Porque esto te va a hacer crecer como persona. Porque esperas recibir el apoyo de las personas que te rodean y por las que sientes un aprecio infinito. Porque menos mal que hay personas que siempre están ahí. Porque llevabas unos días con unos dolores de cabeza matadores y con los nervios destrozados. Porque esperas que se pasen pronto sin tener que recurrir a fármacos. Porque llevas unos días al borde del desmayo. Porque luchas contra tu cuerpo hasta agotarte. Porque has derramado sudor hasta deshidratarte. Porque toca tirar para adelante, aunque te cueste la vida. Porque dentro de poco es tu cumpleaños y no quieres que llegue nunca. Porque es difícil respirar cuando estás sumergida en una piscina de agua salada. Porque las letras te calman y te nublan la vista. Porque los peces son bellos cuando podemos acariciarlos. Porque hoy no tienes la cabeza para escribir. Porque con esto del blog estás dejando tu cuaderno azul de lado y eso no puede ser. Porque quieres e intentas escribir la entrada (o la canción, que para el caso es lo mismo) más hermosa del mundo y no te sale nada que se le parezca. Porque esperas recibir al menos la mitad de lo que tú has dado (y sigues dando). Porque las palabras son alfombras sobre las que caminamos cuando todo a nuestro alrededor no son más que ruinas. Porque hoy prefieres una cerveza. Y punto.

sábado, 15 de mayo de 2010

Pura droga sin cortar



(¿No os sentís identificados?)


Traigo seis millones de maneras de morir, solo una de vivir.

(Violadores del Verso-Pura droga sin cortar)


Empecé esto con la ilusión del que tiene un proyecto entre manos y se siente capaz de hacerlo crecer al ritmo que le imponen sus latidos. He fluido entre las palabras y, en muchas ocasiones, he tropezado con ellas. Ahora que estoy en el dolor, prefiero no escribir. Lo he intentado y lo único que sale son escritos repletos de frustraciones y dolor en estado puro. Me parece muy repetitivo escribir siempre lo mismo. Intento evitar que el leer mis palabras se convierta en un coñazo (tanto para mí como para el respetable y sorprendentemente abundante público que no se pierde ni una cita conmigo y mis frustraciones).

Escribir esto es como estornudar y correrse a la vez* (burrada al canto, ¿quién no se lo ha imaginado alguna vez?). No me gustan los pudores a la hora de escribir: si sientes dolor, si ves que la vida es una puta mierda, si has tenido pensamientos suicidas, si te apetece hablar de sexo desde el lado más frío, si quieres soltar alguna burrada o alguna gracia. Si, en definitiva, necesitas mostrar tus sensibilidades y comederos de cabeza. Sin pudores. Sin miedos. Sin testigos.Sin jadeos.

Escribir con las limitaciones como perras en celo mordiendo tus poderosos brazos y tu deficiente hipotálamo. Escribir con la sabiduría del que no tiene ni zorra idea de nada y al que le quedan tantos segundos por vivir y tantas cosas por ver y sentir, que le produce vértigo el simple hecho de pensarlo.

Lo peor de esto es que tengo una obligación con los demás y conmigo. Ya me han echado la bronca por no escribir tanto como antes. Pero es que cuando algo hace daño de verdad, es difícil hacerlo sin derrumbarse.

Ahora empieza una nueva etapa tan destructiva como la anterior. Empieza el resurgir poderoso del guerrero. Ha llegado un momento en el que estoy tan cansada de encontrarme en el suelo con el cuerpo recogido en posición fetal y con los ojos doloridos de tanto llorar, que he decidido levantarme por cojones. No hay más motivo ni razón que porque sí. Aunque no me guste esa respuesta que lo explica todo sin explicar nada.

Dejaré de escribir cuando no me quede nada por contar. Mientras tanto, seguiré pensando en verso y escribiendo en prosa. Aunque duela. Aunque frustre.


*Frase de la canción "A las cosas por su nombre" de Violadores del Verso"

jueves, 13 de mayo de 2010

Algo de lluvia y tres réquiems






Paras tus pies en medio de la calle, los demás te miran extrañados, alzas tu cabeza en dirección al cielo y cierras los párpados mientras en tu cabeza suena el Réquiem en re menor de Mozart. Consigues, por un momento, dejar la mente completamente en blanco y olvidar ese dolor tan profundo que está acabando contigo poco a poco. El viento te moja y la lluvia golpea tu tráquea. Las nubes te ciegan y el sol te nubla la vista.

Sabes que la medianía te tiene agarrada con sus fuertes zarpas y sabes también que siempre te han gustado los extremos. En el pu(n)to medio nunca está la virtud. La virtud está en los extremos. Quien diga lo contrario, miente.

Te gustaría descarnarte como un perro desnudo al amanecer mientras de fondo suena el Réquiem por un sueño de Clint Mansell. Y respirar tan fuerte como para morir ahorcada por una ráfaga de aire. Y respirar tan fuerte como para vivir presa por la agitación de tus latidos. Y llevarte una mano al pecho y respirar. Respirar hasta que el aire se agote y resuene el ensordecedor silencio en los jardines de tus incertidumbres.

Ordenar el caos y desordenar lo que ya has ordenado. Caóticamente ordenado está tu desorden. Tan desordenado como para producir ansiedad y tan ordenado como para arrancarte la piel a tiras. Tan desesperado como para esperar en la sala de espera de la esperanza. Tan armónico como para calmarte. Tan doloroso como para amortajarte.

Te gustaría, por un instante, poder posar con decisión los pies en ese lugar que se encuentra entre el cálido cielo y el frío infierno y ser real. Ser real como nunca lo has sido. Ser tan real como para sentir algo parecido al calor en el pecho. Y demostrar que existes, que estás ahí y que nunca te habías ido. Y demostrar todo lo imposible.

Soñar que te desplazas sobre una nota resurgida de un tímido violín y flotar sobre su superficie. Soñar con volar y volar con sueño. Agitar las alas hasta agotarte de sueño y soñar con agotarte y volar. Y agotarte de tanto soñar y volar.

Te gustaría dirigir la mirada hacia algo que no esté vacío. Quizá lo que está vacío es tu mirada. Quizá tu vacía mirada mira hacia el vacío y se siente identificada. Quizá encuentres el modo de rellenar los vacíos. O de vaciar lo llenado. O de rebosar los poros de tu propia piel y vaciarte.

Vuelves a abrir los ojos, notas tu cabello empapado (tanto por los pensamientos que acaban de cruzar por tu frente como por la lluvia). En tu cabeza sigue sonando un réquiem. Admiras a todo el que ha tenido la suficiente maestría para componer uno, porque tú lo has intentado en innumerables ocasiones y sólo te ha salido la letra. Continúas caminando. Sigue sonando un réquiem. Intentas agudizar los oídos para escuchar el canto de la vida y en tu cabeza sigue sonando un réquiem. Te tumbas en el suelo, cierras los ojos y disfrutas porque sabes que así es como se escucha un réquiem.

lunes, 10 de mayo de 2010

El porvenir de mi pasado




(Esta imagen la saqué de un link que le pusieron a don Andreu Buenafuente en su twitter)


Eso fui. Una suerte de botella echada al mar. Botella sin mensaje. Menos nada. Nada menos. O tal vez una primavera que avanzaba a destiempo. O un suplicante desde el Más Acá. Ateo de aburridos sermones y supuestos martirios.

Eso fui y muchas cosas más. Un niño que se prometía amaneceres con torres de sol. Y aunque el cielo viniera encapotado, seguía mirando hacia delante, hacia después, a renglón seguido. Eso fui, ya menos niño, esperando la cita reveladora, el parto de las nuevas imágenes, las flechas que transcurren y se pierden, más bien se borran en lo que vendrá. Luego la adolescencia convulsiva, burbuja de esperanzas, hiedra trepadora que quisiera alcanzar la cresta y aún no puede, viento que nos lleva desnudos desde el suelo y quién sabe hasta (y hacia) dónde.

Eso fui. Trabajé como una mula, pero solamente allí, en eso que era presente y desapareció como un despegue, convirtiéndose mágicamente en huella. Aprendí definitivamente los colores, me adueñé del insomnio, lo llené de memoria y puse amor en cada parpadeo.

Eso fui en los umbrales del futuro, inventándolo todo, lustrando los deseos, creyendo que servían, y claro que servían, y me puse a soñar lo que se sueña cuando el olor a lluvia nos limpia la conciencia.

Eso fui, castigado y sin clemencia, laureado y sin excusas, de peor a mejor y viceversa. Desierto sin oasis. Albufera.

Y pensar que todo estaba allí, lo que vendría, lo que se negaba a concurrir, los angustiosos lapsos de la espera, el desengaño en cuotas, la alegría ficticia, el regocijo a prueba, lo que iba a ser verdad, la riqueza virtual de mi pretérito.

Resumiendo: el porvenir de mi pasado tiene mucho a gozar, a sufrir, a corregir, a mejorar, a olvidar, a descifrar y sobre todo a guardarlo en el alma como reducto de la última confianza.



(Mario Benedetti)


En días como estos, es decir, siempre, son bastante más bonitas y tristes, dolorosas y calmantes, pesadas y ligeras las palabras que, a pesar de no haberlas escrito tú, son más tuyas que de cualquiera. Soy incapaz de leer este texto sin que se me empañen los ojos.

Admirar la belleza y perfección de lo perfecto. Quizá se encuentren ahí las alas que nos impulsan hacia el cielo y el lastre que tira de nosotros hacia el más profundo de los abismos, hacia la locura en estado puro, hacia una muerte que está lejos de quedar reducida solamente a algo físico.

Contemplar la belleza de lo puro y esquivar la severidad de lo eterno. Quizá la vida sea solo eso. Qué triste.

sábado, 8 de mayo de 2010

Bucear en aguas abisales



(¿Cuántas cosas caben en la esquina de una ventana?)



Gracias a mi tozuda decisión existencial
no cabe entre mis planes dar ningún salto mortal,
no gozará las honras funerales mi alma en pena,
no vendrán los gusanos a tirar de la cadena.

(Javier Krahe-Y todo es vanidad)( A pesar de que la cante Rosendo)


Me muerdo los dientes y comienzo a introducirme por recónditos lugares a los que no había llegado todavía. Me sumerjo en esas aguas abisales que esperan impacientes a ser buceadas en todos y cada uno de los recovecos de mi cuerpo. Descubro verdades frías como cuchillos de acero y pesadas como botas de plomo.

Me sorprendo de mi frialdad, de mi malicia y de esos diez tipos de persona que habitan en mí y que, en muchas ocasiones, me hacen perder la cordura y el Norte. No parece importarles demasiado mi continuo y amargo deambular por las calles de una ficción tan real, que ha conseguido que mis ojos hayan sucumbido ya al cansancio producido por esa necesidad tan persistente de abarcar el mundo con seis palabras, cuatro sonrisas y dos brazos extendidos para quien quiera fundirse conmigo en un abrazo eterno y repleto de evocaciones.

Nunca (y espero que podáis perdonarme por ello) he sido capaz de fijarme en las superficialidades de este mundo. No me gusta la forma de las cosas y quizá sea ese uno de mis mayores problemas. Pero como nadie me gana en el noble arte de fingir, finjo continuamente mi percepción de personas y cosas de una manera superficial y listo. Nadie se ha dado cuenta todavía. O eso creo.

He conocido cuatro maneras de vivir y todas ellas se han reducido a una un tanto triste. Gracias a esto, he logrado comprender que todo lo eterno dura un instante y que con cuatro promesas y algún que otro reproche, se puede transformar el mundo en un juego demasiado fuerte como para jugar a pecho descubierto. Nadie me va a negar, a estas alturas de la existencia, que jugar a jugar es bastante divertido. Lo malo viene cuando sueñas con jugar y sufres terrores nocturnos o pesadas pesadillas.

Contemplo mis malintencionadas intenciones desde arriba para que no me salpiquen y llego a la conclusión de que para vivir no se necesita gran cosa. Para morir se necesitan cuatro ilusiones embalsamadas. Para soñar basta con lograr la perfección del silencio. ¿Difícil? Por supuesto.

martes, 4 de mayo de 2010

No es poesía, es impotencia

Mis prejuicios maté y nunca más volví a desenterrar.
Comíamos hiel, vomitábamos sin descansar.
Ahora tengo sed, recuerdo el whisky atravesando mi piel.

[...]

A mi padre robé muchos años de tranquilidad,
a mi madre dejé mis secretos aún sin confesar.
La calma perdí y en un mal sueño a mi enemigo encontré.

(Extremoduro-Historias prohibidas)(Tan lejos y tan cerca de don Joaquín Sabina...)




No es usura, es torpeza.
No es tristeza, es despiste.
No es sueño, es vida.
No es violencia, es trampa.
No es silencio, es estrabismo.
No es melancolía, es elegancia.
No es instinto, es pobreza.
No es supervivencia, es hastío.
No es putrefacción, es gloria.
No es daño, es interrupción.
No es soledad, es ensimismamiento.
No es resaca, es hambre.
No es ilusión, es promesa.
No es reproche, es dolor.
No es sed, es sangre.
No es inteligencia, es muerte.
No es escritor, es creador de palabras ya existentes.
No es asco, es pena.
No es meseta, es depresión.
No es París, es amargo.
No es lluvia, es mar.
No es rabia, es potro.
No es tonto, es decadente.
No es noche, es edredón.
No es lujo, es riqueza.
No es hoja, es llanto.
No es volver, es cantar.
No es sal, es violín.
No es luna, es estupidez.
No es locura, es azul.
No es poesía, es impotencia.