domingo, 30 de mayo de 2010

Duelos (¿o duetos?) con la oscuridad. Volumen III

(Antes de nada, he de decir que duermo con la persiana abierta. Si no, no tiene sentido)

Recostada en penumbra, las sombras menguan; cambian de sentido, de dirección y, si me despisto, de lugar. Cierro los ojos aterrorizada y me refugio entre las sábanas, aún frías. No consigo tranquilizarme. Saco la cabeza de entre las sábanas y vuelvo a abrir los ojos, pero siguen ahí. Busco ahora refugio en el reproductor de música. Me levanto de forma súbita de la cama, trato de dirigir mi mirada únicamente al lugar en el que se encuentran los CD´s (tristemente extinguidos) y escojo uno casi al azar: sólo quiero tranquilizarme. Regreso a la cama con la espalda vencida por las derrotas del día, levanto sábanas y edredón y vuelvo a introducirme en ella. Suspiro profundamente. Coloco el reproductor sobre mi vientre y, a medida que la voz y las notas avanzan, noto cómo el CD va dando vueltas acompasado. Podría haber elegido la comodidad del MP4 y haber dejado que el azar del modo aleatorio me deleitase. Pero no. Las sombras, por ahora, han desaparecido y la música entra y sale de mi cabeza como el que dobla la esquina de la calle en la que hay una reyerta. Las catorce canciones tocan su fin. Vuelta a lo mismo. No puedo más. Enciendo la luz con el miedo penetrando en el pecho y elijo un libro de entre los cinco que descansan sobre la mesilla. Lo abro. Intento focalizar toda mi atención en esas palabras. Mi mirada se nubla y se me hace imposible enterarme de algo. Cierro el libro dejando el marcapáginas en el mismo lugar en el que estaba antes de cogerlo. Doy cuatro paseos por mi habitación de paredes azules, como la vida. Vuelvo a apagar la luz y a acostarme. Me repito una y otra vez que el truco está en no mirar el reloj. Trato de dormir y desespero. Doy una y mil vueltas sobre el colchón, mucho más frío cuando no hay cómplice. Mucho más cálido cuando ese cómplice eres tú mismo y tu propio calor corporal que tiñe las sábanas. "Maldito Bryce", susurro con una voz casi imperceptible gracias al ruido emitido por los escasos coches que circulan -veloces- a esas horas por la autopista. "Al final va a ser cierto eso de que el sueño es, al fin, un tibio ensayo de la muerte y de que es, también, la muerte agazapada. Que uno no quiere morir de forma tan indigna en esa cama anónima a la que hemos llegado tan ciegamente cansados", sigo susurrándome. Vuelvo a sentarme en el seno de mi inquietud y del colchón ,y dirijo mi mirada hacia la ventana, a través de la cual se puede apreciar cómo el sol emerge -puntual- del horizonte. "Yo no he muerto, al menos por esta noche" y esbozo una sonrisa que permanecerá en mi rostro hasta que llegue la próxima noche y comience otro combate de igual o mayor magnitud. "Yo no he muerto, al menos por esta noche". Y esbozo una sonrisa.

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