jueves, 13 de mayo de 2010

Algo de lluvia y tres réquiems






Paras tus pies en medio de la calle, los demás te miran extrañados, alzas tu cabeza en dirección al cielo y cierras los párpados mientras en tu cabeza suena el Réquiem en re menor de Mozart. Consigues, por un momento, dejar la mente completamente en blanco y olvidar ese dolor tan profundo que está acabando contigo poco a poco. El viento te moja y la lluvia golpea tu tráquea. Las nubes te ciegan y el sol te nubla la vista.

Sabes que la medianía te tiene agarrada con sus fuertes zarpas y sabes también que siempre te han gustado los extremos. En el pu(n)to medio nunca está la virtud. La virtud está en los extremos. Quien diga lo contrario, miente.

Te gustaría descarnarte como un perro desnudo al amanecer mientras de fondo suena el Réquiem por un sueño de Clint Mansell. Y respirar tan fuerte como para morir ahorcada por una ráfaga de aire. Y respirar tan fuerte como para vivir presa por la agitación de tus latidos. Y llevarte una mano al pecho y respirar. Respirar hasta que el aire se agote y resuene el ensordecedor silencio en los jardines de tus incertidumbres.

Ordenar el caos y desordenar lo que ya has ordenado. Caóticamente ordenado está tu desorden. Tan desordenado como para producir ansiedad y tan ordenado como para arrancarte la piel a tiras. Tan desesperado como para esperar en la sala de espera de la esperanza. Tan armónico como para calmarte. Tan doloroso como para amortajarte.

Te gustaría, por un instante, poder posar con decisión los pies en ese lugar que se encuentra entre el cálido cielo y el frío infierno y ser real. Ser real como nunca lo has sido. Ser tan real como para sentir algo parecido al calor en el pecho. Y demostrar que existes, que estás ahí y que nunca te habías ido. Y demostrar todo lo imposible.

Soñar que te desplazas sobre una nota resurgida de un tímido violín y flotar sobre su superficie. Soñar con volar y volar con sueño. Agitar las alas hasta agotarte de sueño y soñar con agotarte y volar. Y agotarte de tanto soñar y volar.

Te gustaría dirigir la mirada hacia algo que no esté vacío. Quizá lo que está vacío es tu mirada. Quizá tu vacía mirada mira hacia el vacío y se siente identificada. Quizá encuentres el modo de rellenar los vacíos. O de vaciar lo llenado. O de rebosar los poros de tu propia piel y vaciarte.

Vuelves a abrir los ojos, notas tu cabello empapado (tanto por los pensamientos que acaban de cruzar por tu frente como por la lluvia). En tu cabeza sigue sonando un réquiem. Admiras a todo el que ha tenido la suficiente maestría para componer uno, porque tú lo has intentado en innumerables ocasiones y sólo te ha salido la letra. Continúas caminando. Sigue sonando un réquiem. Intentas agudizar los oídos para escuchar el canto de la vida y en tu cabeza sigue sonando un réquiem. Te tumbas en el suelo, cierras los ojos y disfrutas porque sabes que así es como se escucha un réquiem.

1 comentario:

  1. He pasado media vida huyendo... de los extremos. Yo si creo que en el pu(n)to medio esta la virtud. (Y la paz, y el sosiego y hasta la felicidad). Un abrazo.

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