lunes, 10 de mayo de 2010

El porvenir de mi pasado




(Esta imagen la saqué de un link que le pusieron a don Andreu Buenafuente en su twitter)


Eso fui. Una suerte de botella echada al mar. Botella sin mensaje. Menos nada. Nada menos. O tal vez una primavera que avanzaba a destiempo. O un suplicante desde el Más Acá. Ateo de aburridos sermones y supuestos martirios.

Eso fui y muchas cosas más. Un niño que se prometía amaneceres con torres de sol. Y aunque el cielo viniera encapotado, seguía mirando hacia delante, hacia después, a renglón seguido. Eso fui, ya menos niño, esperando la cita reveladora, el parto de las nuevas imágenes, las flechas que transcurren y se pierden, más bien se borran en lo que vendrá. Luego la adolescencia convulsiva, burbuja de esperanzas, hiedra trepadora que quisiera alcanzar la cresta y aún no puede, viento que nos lleva desnudos desde el suelo y quién sabe hasta (y hacia) dónde.

Eso fui. Trabajé como una mula, pero solamente allí, en eso que era presente y desapareció como un despegue, convirtiéndose mágicamente en huella. Aprendí definitivamente los colores, me adueñé del insomnio, lo llené de memoria y puse amor en cada parpadeo.

Eso fui en los umbrales del futuro, inventándolo todo, lustrando los deseos, creyendo que servían, y claro que servían, y me puse a soñar lo que se sueña cuando el olor a lluvia nos limpia la conciencia.

Eso fui, castigado y sin clemencia, laureado y sin excusas, de peor a mejor y viceversa. Desierto sin oasis. Albufera.

Y pensar que todo estaba allí, lo que vendría, lo que se negaba a concurrir, los angustiosos lapsos de la espera, el desengaño en cuotas, la alegría ficticia, el regocijo a prueba, lo que iba a ser verdad, la riqueza virtual de mi pretérito.

Resumiendo: el porvenir de mi pasado tiene mucho a gozar, a sufrir, a corregir, a mejorar, a olvidar, a descifrar y sobre todo a guardarlo en el alma como reducto de la última confianza.



(Mario Benedetti)


En días como estos, es decir, siempre, son bastante más bonitas y tristes, dolorosas y calmantes, pesadas y ligeras las palabras que, a pesar de no haberlas escrito tú, son más tuyas que de cualquiera. Soy incapaz de leer este texto sin que se me empañen los ojos.

Admirar la belleza y perfección de lo perfecto. Quizá se encuentren ahí las alas que nos impulsan hacia el cielo y el lastre que tira de nosotros hacia el más profundo de los abismos, hacia la locura en estado puro, hacia una muerte que está lejos de quedar reducida solamente a algo físico.

Contemplar la belleza de lo puro y esquivar la severidad de lo eterno. Quizá la vida sea solo eso. Qué triste.

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