jueves, 20 de mayo de 2010

En noches como esta




Nos besábamos todas las noches bajo el cielo infinito. A veces ella también me quiso como yo la quería. Cuando no estaba con ella, escribía los versos más tristes durante la noche, mientras los cuerpos de los demás se hallaban recostados sobre el colchón que las estrellas formaban y los sueños eran despojos de inteligencia reprimida.

Era pensar en ella y el verso caía al alma como al pasto el rocío. Las palabras tiritaban como lo hacían los azules astros a lo lejos, en la oscura noche, y las promesas de calor se cumplían con un simple movimiento entre las sábanas de nuestras pasiones.

Le desabrochaba la camisa cuando el tiempo se posaba sobre sus párpados y su rostro mostraba el fragor de la batalla perdida. Mordisqueaba sus labios como cuando era niño y corría entre tiernas praderas de incertidumbre. Bebía directamente de sus senos, tan claros como su cuerpo y tan infinitos como sus grandes ojos fijos. Me perdía en su cuerpo y me encontraba en el borde de su sabrosa boca. Le besaba tantas veces cada noche, que logré trepar como una enredadera hasta el más absurdo rincón de su imperceptible corazón.

Después, se iba; me hacía pensar que nunca la había estrechado entre mis brazos y sentía que la había perdido. Mi persistente corazón la busca todos los días en alguna de las cuatro esquinas que habitan en mi cama, pero ella no está conmigo. La he perdido, pero no estoy arrepentido. O quizá sí.

Ya no la quiero, es cierto, pero la quise tanto en estrelladas noches como esta, que mi amor blanqueaba los mismos árboles que la misma noche blanqueaba. Su voz, su cuerpo y sus ojos serán de otro. Ya no merece la pena luchar, aunque busque el viento para acariciar su oído.

La tuve entre mis brazos en noches como esta y le escribo esto aunque este sea el último dolor que ella me causa, y sean estos los últimos versos que yo le escribo.

Ahora me acuesto sobre el frío colchón, oigo a la noche sonando a mi alrededor y siento que es inmensa, mucho más inmensa sin ella. No merece la pena pensarlo, porque, al fin y al cabo, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


(No es por romper la magia y esas cosas, pero es la entrada número 69)

1 comentario:

  1. "El verso caía al alma como al pasto el rocio" Preciosa frase.
    Más vale amar y perder al ser amado que no haber amado nunca con pasión.

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