Al verlo, uno hubiera dicho que iba a derrumbarse de un momento a otro. Mas nadie lo miraba.
(Elías Canetti-Auto de fe)
Contemplo mi cuerpo completamente desnudo en un espejo que me devuelve las verdades que le ofrezco como fríos cuchillos de desengaño. Mirando esto, contemplo un profundo vacío existencial que me muerde las entrañas. Miro por fuera y no veo nada, pero miro por dentro y veo terror, ansiedad y remordimientos.
Es difícil mantenerse erguido en un lugar que no está destinado para ello. Difícil es, todavía, sostenerse en pie en un lugar donde reinan las arenas movedizas que guardaste en una maleta y que, inevitablemente, te acompañan en todos y cada uno de tus viajes.
Sin embargo, hoy todo es firme y llano como el suelo que nunca nos han juzgado dignos de pisar. Algunos intentan alzar el vuelo con sus alas de arcángeles viudos. Otros prefieren hundirse en un terreno en el que la superficie pulida de una roca es alfombra sobre la que se pasean los sueños de un mundo completamente perdido en su perdición.
La saliva es un chorro de atardeceres que funciona al ritmo que le marca el puño en el que el corazón se nos vuelve cuando algún indigente de las aceras de nuestra memoria nos dedica una efímera mirada curiosa y asombrada.
Fácil es, sin lugar a dudas, que un ciego hable de colores. Fácil es que el mismo ciego alce la mirada en dirección hacia ninguna parte y realice un fugaz intento de entornar los ojos como si siempre fuera verano, como si una luz invadiera su torpe córnea. Como si fuera capaz de degustar las imágenes de su vida. Mas nadie lo miraba.
lunes, 19 de abril de 2010
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